Estimar-se o no estimar-se, that's the question
—Tú no me odias. Y en realidad ocurre justo lo contrario. Eres tú la que siempre estropeas las cosas al intentar disfrazarlas. ¿Por qué no puedes aceptarlas tal y como son? ¿Dónde demonios está tu sentido del humor? ¿Por qué te lo tomas todo tan en serio?
«Ah, cállate ya —pensé—. Cállateya cállateya y continúa con lo que estabas haciendo.»
—Detesto que se rían de mí —dije terminantemente.
—Solo me río de ti cuando te lo buscas. Y, además, deberías aprender a reírte de ti misma.
Exasperada —lo que me apetecía no era un sermón—, le toqué con las manos de Albertine-Albert.
Respiró con fuerza, pero luego, suspirando, se movió y las apartó.
—En realidad —prosiguió afable—, deberías aprender a ser más tolerante contigo misma.
Me puse boca arriba y miré al techo.
—Tú y tus sentencias. ¿Acaso predicas con el ejemplo?
—Lo intento. Y supongo que con cierto éxito, ya que no voy por el mundo tan exaltado como tú. Intento que las cosas sean lo más claras y sencillas posible.
—Eso no te debe de resultar muy difícil, teniendo en cuenta que solo tienes que pensar en ti y en satisfacer tus propios deseos —dije amargamente.
—Tarde o temprano aprendes a hacerlo. A pensar solo en ti mismo. Y todo el que acaba haciendo algo en la vida lo aprende. Es el secreto del éxito, gatita.
Sue Kaufman, Diario de una ama de casa desquiciada
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