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Mostrando entradas de febrero, 2017

Temps per llegir

A partir del moment que un es planteja la qüestió del temps per llegir, això significa que no en té ganes. Perquè, ben mirat, ningú no té mai temps per llegir . Ni els nens, ni els adolescents, ni els grans. La vida és un obstacle perpetu per a la lectura. [...] El temps per llegir sempre és un temps robat. (Com el temps per escriure, o com el temps per estimar.) Robat a què? Diguem que al deure de viure. Aquesta és, sens dubte, la raó per la qual el metro — símbol assegut d'aquest deure ─  és la més gran biblioteca del món. El temps per llegir, com el temps per estimar, dilata el temps per viure. [...] Mai no he tingut temps per llegir, però res, mai, no ha pogut impedir-me acabar una novel·la que m'agradava. La lectura no és pròpia del temps social, és, com l'amor, una manera de ser. No es tracta de saber si tinc temps per llegir o no (temps que, d'altra banda, ningú no em donarà), sinó de si m'ofereixo o no el plaer de convertir-me en lector.

¿Por qué escribir?

Se trata de correlaciones y de lazos. [...] Se trata de desplazamientos y de movimientos del sentido. Poner en relación los acontecimientos (representados y externos) de la narración, acarrear lo que está en el otro lado, establecer el enlace entre los fragmentos invisibles. [...] Por eso Kafka escribe un diario, para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir. [...] Solo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito. No se narra para recordar, sino para hacer ver. Para hacer visibles las conexiones , los gestos, los lugares, la disposición de los cuerpos. Ricardo Piglia, El último lector

Lecturas solitarias en el subsuelo

Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y esta es mi love story . Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, [...] y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no solo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos. [...] De esta manera, a pesar de mí mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica. Bohumil Hrabal, Una soledad demasiado ruidosa

No era una pregunta, pero...

Laura no debía leer la carta de mamá. [...] De cuando en cuando se pierden cartas; ojalá esta se hubiera ido al fondo del mar. [...] Al bajar del autobús en la rue de Rennes se preguntó (no era una pregunta, pero cómo decirlo de otro modo) por qué no quería mostrarle a Laura la carta de mamá. No por ella, por lo que ella pudiera sentir. No le importaba gran cosa lo que ella pudiera sentir, mientras lo disimulara. (¿No le importaba gran cosa lo que ella pudiera sentir, mientras lo disimulara?) No, no le importaba gran cosa. (¿No le importaba?) [...] Y le importaba por él, naturalmente, por el efecto que le haría la forma en que a Laura iba a importarle la carta de mamá.  Julio Cortázar, Cartas de mamá

Biografías de olvidados S. L.

Yo no era nadie. Rodney Grant no era nadie. Omar Hassim-Alí, nadie. Javier Rodriguez  ―el carpintero jubilado de setenta años que ocupó la cama hacia las cuatro ― no era nadie. Tarde o temprano moriríamos todos, y cuando se llevaran nuestros cadáveres y los enterraran, solo nuestros amigos y familiares sabrían que habíamos muerto. Nuestro fallecimiento no se anunciaría por radio y televisión. No habría esquelas en el New York Times . No escribirían libros sobre nosotros. Ese es un honor reservado a los poderosos, a los que han ganado la fama, a quienes poseen alguna cualidad excepc ional, pero ¿quién se molesta en publicar biografías de gente corriente, de esos olvidados que van a trabajar todos los días, con quienes nos encontramos por la calle y que apenas nos molestamos en observar? En general, las vidas se esfuman. Una persona muere y poco a poco todo rastro de su vida desaparece. [...] Mi idea era la siguiente: crear una empresa que publicara libros sobre los olvidados, resca

Las perras negras (siempre Rayuela)

Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y yo no puedo dar el salto [...]. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. [...] ¿Por qué stop? Por miedo a empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás co

De recuerdos y de orgasmos

Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, marzo de 1977. A veces me acuerdo de Laura Damián. No mucho, unas cuatro o cinco veces por día. Unas ocho o dieciséis veces si no consigo dormir, lo cual es lógico pues un día de veinticuatro horas da para muchos recuerdos. Pero normalmente solo me acuerdo de ella cuatro o cinco veces y cada recuerdo, cada cápsula de recuerdo tiene una duración aproximada de dos minutos, aunque no lo puedo decir con certeza porque hace poco me robaron el reloj y cronometrar a ojo es riesgoso. Cuando yo era joven tuve una amiga que se llamaba Dolores. Dolores Pacheco. Ella sí que sabía cronometrar a ojo. Yo quería irme a la cama con ella. Quiero que me hagas ver el cielo, pues, Dolores, le dije un día, ¿Cuánto crees que dura el cielo?, dijo ella. ¿Qué quieres decir?, le pregunté. Que cuánto te dura un orgasmo, dijo. Lo suficiente, dije yo. ¿Pero cuánto? No sé, mucho, dije, qué preguntitas

Le regard

No tengas miedo, te miraré sin descanso, sin parpadear. Vivirás en mi mirada como una lentejuela en un rayo de sol. [...] Serás lo que quieras: aguaviva, agua sucia, te encontrarás en el fondo de mis ojos tal como deseas. Jean-Paul Sartre, A puerta cerrada

Reflexiones de una bibliotecaria

Esos libros que se publican ahora, habrá de todo, pero en general no son buenas compañías. Y si te mezclas a diario con libros malos, inteligente no te vuelves. Tampoco es para sorprenderse. ¿Nunca lo ha pensado? ¿Qué tipo de literatura puede producir una sociedad en la que no hay guerras, ni epidemias, ni revoluciones? [...] La gente se disculpa demasiado, todo el mundo tiene miedo a ser malo y eso produce literatura para bebés. Para mediocres. No es así como uno crece. [...] A sus simpáticas historias lacrimógenas hay que cortarles la cabeza, es lo que le digo al señor Pratier, ¡golpear donde duele! Me llevo bien con mi carnicero, Gustave Pratier, nos entendemos. No es ningún esnob, basta de tonterías. Como el carnicero, que corta a cuchillo el animal muerto para conseguir las mejores piezas, hay que cortar por lo sano. Apartar la grasa. Cero piedad con los libros malos. Y, ante la duda, seamos malos. Ese es mi lema, aunque esta forma de pensar está acabada, finiquitada, soy de la v

De clásicos eternos

Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo. Lev Tolstói, Anna Karenina