Y un eco en un pasillo oscuro
Por desgracia, los humanos no contamos con una infraestructura neuronal tan sofisticada como la de los murciélagos y las ballenas. Los ciegos tienen que guiarse por la escasa luz de las yemas de los dedos y por la dolorosa forma de una espinilla rota. Su ecocolocación se reduce al tosco cálculo de las simples modulaciones del sonido, ya sea por medio de los golpes sordos de un bastón o del revoloteo grave y extraño de una mera palabra —tal vez dicha por ustedes— arrojada por pasillos vacíos ya muy pasada la medianoche.62
62 No hace falta que os señale cómo de intensamente personal es este pasaje. Francamente, yo os habría recomendado que os saltarais toda la divagación de los ecos entera si no fuera por estas seis líneas, sobre todo por la última parte «—tal vez dicha por ustedes...—», que evoca, por lo menos en mí, una de esas reacciones profundas y penetrantes, de esas que casi te dan en el ventrículo: el viejo avanzando —a tientas— por las paredes de una noche más, un avance lento y tedioso pero que empieza contar, de alguna manera, la historia de esa oscuridad que él ha creado, pillándome completamente por sorpresa, una carga repentina que surge del momento de mayor tedio, abriendo las mandíbulas y sacando las zarpas, y solamente para que entendáis de dónde vengo, yo considero que «... ya muy pasada la medianoche» es una zarpa y que «pasillos vacíos» es otra.
No os preocupéis, Lude tampoco se tragó este rollo, pero por lo menos me invitó a un par de rondas.
[...]
Lude jamás sentiría cómo los «pasillos vacíos ya muy pasada la medianoche» podían destrozarte por dentro, aunque no estoy del todo seguro de que no estuviera ya igual de destrozado. No ver la rotura no significa automáticamente que te libres de estar sangrando. [...] Supe que a Lude jamás le iban a importar mucho los muertos. Mejor para él, supongo. Tal vez hay cosas que es mejor dejar en paz. Por supuesto, él no conocía a los muertos tan bien como yo. De manera que cuando se escabulló de la cocina con una botella de Jack, yo hice lo que pude para unirme a él. Para obliterar mis propias cavidades y tumbas.
Lude jamás sentiría cómo los «pasillos vacíos ya muy pasada la medianoche» podían destrozarte por dentro, aunque no estoy del todo seguro de que no estuviera ya igual de destrozado. No ver la rotura no significa automáticamente que te libres de estar sangrando. [...] Supe que a Lude jamás le iban a importar mucho los muertos. Mejor para él, supongo. Tal vez hay cosas que es mejor dejar en paz. Por supuesto, él no conocía a los muertos tan bien como yo. De manera que cuando se escabulló de la cocina con una botella de Jack, yo hice lo que pude para unirme a él. Para obliterar mis propias cavidades y tumbas.
Mark Z. Danielewski, La casa de hojas
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