Reconstruyendo
No han sido pocos lo que han intentado[ ]276 explicar la locura de Holloway.
[...]
«Estoy perdido. Sin comida. Con poca agua. Desorientado. Oh, Dios... [ ]»
Así emp[ ]eza La cinta de Holloway: con Holloway mirando desquiciadamente a la cámara, con una pared de fondo, los momentos finales de la vida de un hombre. Se trata de retazos discordantes, coherentes únicamente en la medida en que trazan un declive.
[...]
¿Cómo olvidar los ojos llorosos de Holloway cuando vuelve la cámara hacia sí mismo?
Ya no hay consuelo. No hay esperanza de rescate ni de regreso.
«Me lo merezco. Todo esto es culpa mía. Pero lo siento mucho. Lo siento muchísimo», dice en la Parte 2. «¿Y qué más da? Les he disparado. Les he disparado a los dos. [Pausa larga] Solamente me queda media cantimplora de agua. [Otra pausa] No tendría que haber dejado que se escaparan y así [ ] vuelto y dicho a todo el mundo que se ha[ ] perdido... perdido.» Y con esta última frase, la mirada de Holloway revela quién es el que está realmente perdido aquí.
[...] Para cuando se pone a grabar en vídeo sus últimas horas, ya ha comprendido lo desesperado de su situación. Repetir su identidad parece ser el único mantra [ ]ofrece algún consuelo: «Holloway Roberts. Nacido en M[ ]om[ ], [ ]sin. Licenciado por la Universidad de Massachusetts». Es casi como si creyera que preservar su identidad en vídeo puede contener de alguna manera lo que él es incapaz de evitar: esos contornos interminables de oscuridad que sustraen a Holloway de sí mismo: «Soy Holloway Roberts —insiste—. Nacido en Menomonie, W[ ]n. Licenciado por la Universidad de Massachusetts. Explorador, cazador profesional, [ ]ar. [Pausa larga] Esto no está bien. No es justo. No merezco morir».
[...]
«Ce ne peut être que la fin du monde, en avançant», comentó Rimbaud con sequedad. Baste con decir que Holloway no [ ] francés para su final. Lo que hace es dejar colocada su cámara de [ ]íd[ ]o, a continuación enciende una bengala de magnesio, se va a la otra punta de la sala y allí se deja caer en un rincón a esperar. De vez en cuando murmura pa[ ] sus ad[ ]tros y de vez en cuando se pone a gritarle obscenidades [ ] al vacío: «¡A tomar por el culo! ¡A tomar por el culo! ¡Ven a cogerme si puedes, hijoputa!». Y luego, a medida que los minutos desfilan crepitando, su energía disminuye. «[ ]no quiero morir, este [ ]», unas palabras que le salen como un suspiro, tristes y perdidas. A continuación enciende otra bengala, la lanza hacia la cámara y por fin se pone el cañón del rifle contra el pecho y se pega un tiro. [ ] Jill Ramsey Pelterlock escribe: «En ese lugar, la ausencia de final se convierte en su final».
La cinta de Hol[ ]y
Así emp[ ]eza La cinta de Holloway: con Holloway mirando desquiciadamente a la cámara, con una pared de fondo, los momentos finales de la vida de un hombre. Se trata de retazos discordantes, coherentes únicamente en la medida en que trazan un declive.
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¿Cómo olvidar los ojos llorosos de Holloway cuando vuelve la cámara hacia sí mismo?
Ya no hay consuelo. No hay esperanza de rescate ni de regreso.
«Me lo merezco. Todo esto es culpa mía. Pero lo siento mucho. Lo siento muchísimo», dice en la Parte 2. «¿Y qué más da? Les he disparado. Les he disparado a los dos. [Pausa larga] Solamente me queda media cantimplora de agua. [Otra pausa] No tendría que haber dejado que se escaparan y así [ ] vuelto y dicho a todo el mundo que se ha[ ] perdido... perdido.» Y con esta última frase, la mirada de Holloway revela quién es el que está realmente perdido aquí.
[...] Para cuando se pone a grabar en vídeo sus últimas horas, ya ha comprendido lo desesperado de su situación. Repetir su identidad parece ser el único mantra [ ]ofrece algún consuelo: «Holloway Roberts. Nacido en M[ ]om[ ], [ ]sin. Licenciado por la Universidad de Massachusetts». Es casi como si creyera que preservar su identidad en vídeo puede contener de alguna manera lo que él es incapaz de evitar: esos contornos interminables de oscuridad que sustraen a Holloway de sí mismo: «Soy Holloway Roberts —insiste—. Nacido en Menomonie, W[ ]n. Licenciado por la Universidad de Massachusetts. Explorador, cazador profesional, [ ]ar. [Pausa larga] Esto no está bien. No es justo. No merezco morir».
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«Ce ne peut être que la fin du monde, en avançant», comentó Rimbaud con sequedad. Baste con decir que Holloway no [ ] francés para su final. Lo que hace es dejar colocada su cámara de [ ]íd[ ]o, a continuación enciende una bengala de magnesio, se va a la otra punta de la sala y allí se deja caer en un rincón a esperar. De vez en cuando murmura pa[ ] sus ad[ ]tros y de vez en cuando se pone a gritarle obscenidades [ ] al vacío: «¡A tomar por el culo! ¡A tomar por el culo! ¡Ven a cogerme si puedes, hijoputa!». Y luego, a medida que los minutos desfilan crepitando, su energía disminuye. «[ ]no quiero morir, este [ ]», unas palabras que le salen como un suspiro, tristes y perdidas. A continuación enciende otra bengala, la lanza hacia la cámara y por fin se pone el cañón del rifle contra el pecho y se pega un tiro. [ ] Jill Ramsey Pelterlock escribe: «En ese lugar, la ausencia de final se convierte en su final».
276 A las páginas que siguen les ha caído encima alguna clase de ceniza que les ha hecho agujeritos y en algunos lados ha erradicado pedazos enteros de texto. En lugar de intentar reconstruir lo que quedó destruido, he decidido limitarme a poner corchetes en su lugar [ ].
Por desgracia, no tengo ni idea de qué fue lo que quemó el papel. Las quemaduras son demasiado numerosas para ser de ceniza de cigarrillo, y además Zampanò no fumaba. Otro pequeño misterio sobre el que cavilar, si queréis, o simplemente para olvidar, y en su lugar imaginar una ceniza gris que cae flotando como si fuera nieve por todas partes, después de la explosión pero horas antes de la legendaria avalancha de calor, del rugido piroclástico que lo incinerará todo, aunque de momento —y todavía hay tiempo...— no haya más que copos diminutos que incineran ociosamente a besos porciones minúsculas de significado, mientras que en lo alto, la erupción continúa eclipsando el sol.
Solamente hay una opción y es la que eligen los valientes.
Escapar del camino.
Mark Z. Danielewski, La casa de hojas
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