El loco en el mundo de los locos

Aún sonriente y con malévola ironía, se giró hacia Stoner. «Tú tampoco te escapas, amigo. Para nada. ¿Quién eres tú? ¿Un sencillo hombre de campo, como te finges? Oh, no. Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, nuestro don Quijote del Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul. Eres lo bastante listo —más listo al menos que nuestro mutuo amigo—. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad. Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Bueno, en el mundo lo aprenderías rápido. Tú también estás destinado al fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. No podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo».
«¿Y qué hay de ti? —preguntó Finch—. ¿Qué pasa contigo?».
«Oh —dijo Masters, reclinándose hacia atrás—, soy uno de vosotros. Peor, de hecho. Soy demasiado listo para el mundo y no mantengo la boca cerrada al respecto, es una enfermedad para la que no hay cura. Así que debo ser encerrado donde pueda ser irresponsable sin peligro, donde no haga ningún daño. —Se inclinó hacia delante de nuevo y les sonrió—. Somos todos como el pobre Tom y tenemos frío».
«Rey Lear», dijo Stoner serio.
«Acto tercero, escena cuarta —dijo Masters—. Y así la providencia, la sociedad o la suerte, como quieras llamarlo, ha creado esta cabaña para nosotros, para que podamos refugiarnos de la tormenta. Es para gente como nosotros por lo que existe la universidad, para los desposeídos del mundo; no para los estudiantes ni para la altruista búsqueda de conocimiento, ni por ninguno de los motivos que se aducen por ahí. Nosotros distribuimos el raciocinio y permitimos el acceso a él a algunas personas comunes, a aquellos que encajarán mejor en el mundo. Pero se trata solo de un barniz protector. Al igual que la Iglesia en la Edad Media, a la que le importaban un bledo los seglares e incluso Dios, también nosotros sobrevivimos gracias a nuestros engaños».

John Williams, Stoner

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