Una triste broma pesada…

Una semana después (22 de agosto), aún en el apartamento de tu madre, en Newark, con Bob P. ya ausente sin duda, una confusa carta de seis páginas que, extraña y pretenciosamente, arranca con una serie de frases entrecortadas: «Aquí. Estoy aquí. Sentado. Quiero empezar, pero poco a poco, porque siento el impulso de decirme que debo seguir durante un tiempo, quizá demasiado… Oirás, ahora, antes de que te diga aquello que quiero decirte aquí sentado, cosas, tonterías, lo que llaman noticias, o cháchara, pero que yo denomino, quizá tú también…, "ejercicio de calentamiento", que es, te lo aseguro, una simple manera de hablar, porque desde luego ya tengo bastante calor (es verano, ya sabes)». Tras algunas observaciones morbosas sobre el horror y la inevitabilidad de la muerte, cambias de pronto de tema y declaras tu intención de hablar únicamente de cosas alegres. […] Luego, tras otro giro inopinado «(He parado a encender un cigarrillo: de ahí el hiato en la sempiterna línea recta de mi pensamiento)», anuncias que hace poco has comprado un ejemplar de Finnegans Wake. «Pensando que probablemente nunca lo leería, lo cogí y empecé a leer. Me ha costado dejarlo. No es que sea fácilmente comprensible, pero tiene verdadera gracia. Tú lo has leído un poco, ¿verdad? Hay mucho ahí.» […] Finalmente, cuando te acercas a la última página de la carta, le dices que te estás expresando mal. «Qué difícil. Ya ves, todo este asunto de la vida me tiene infinitamente confuso. Todo es un desbarajuste, patas arriba, un desastre. Sé que siempre será lo mismo: confusión. Y cómo me desprecio por hablarte de las cosas buenas de la vida… cuando me llamaste la noche que estabas enferma. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué vivir? No quiero hacer el tonto. En el fondo, según creo más firmemente que en cualquier otra cosa, lo único que importa es el amor. Ah, los viejos clichés… Pero eso es lo que creo. Creo. Sí. Yo. Creo. Estoy perdido sin él. La vida es una triste broma pesada sin él.»

Paul Auster, Informe del interior

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